En el rugby hay lugar para todo el mundo

   El roble es un arbol místico que se identifica con la historia de Mario Barandiaran. Plantó uno en el Universitario Bilbao Rugby, donde trabajó los últimos años. Lo hizo por por la memoria de los veinte jugadores desaparecidos de La Plata RC, el hogar deportivo donde se formó. Bajo la copa de otro roble, en el mismo club de Gonnet, este referente de entrenadores suele reunirse a conversar con sus amigos. Pero además, las hojas de esta especie, conocida por su fortaleza y venerada en muchas culturas, representan a la Universidad platense y rodean al escudo de Vizcaya, la provincia vasca donde se sintió como en casa. Demasiadas coincidencias para un símbolo que acompaña la trayectoria de uno de los formadores más importantes que tiene el rugby argentino.

– En estos tiempos de tanta violencia y falta de empatía, ¿qué significan los llamados valores del rugby o para qué sirven?

– Empezaste por una preguntita fácil (bromea). A ver, hablar de los valores en el rugby es una tarea complicada porque yo creo que los valores en el rugby son igual que en los demás deportes. La solidaridad, el respeto, el compromiso. ¿Qué es lo que tienen de particular en el caso del rugby? Que muchas veces esos valores dentro del campo de juego se ponen en práctica. No terminan en un discurso. El respeto al árbitro, la solidaridad con el propio compañero y con el rival. Pero también el rugby tiene gestos que se contradicen con los valores que tanto predica.

– ¿Cuáles?

– Estaba un sábado en el club por la venida de Los Pumas. Los cinco clubes de La Plata, incluido el mío La Plata Rugby, hicieron un evento. Tuve que darles una charla a un equipo de San Martín de Los Andes y a otro de Concepción del Uruguay. Ellos decían que los clubes grandes e importantes que están en su zona, por ahi a más de doscientos kilómetros, siempre los recibían muy bien, pero cuando tenían que ir a sus propios clubes les decían que no. Algo así como: sí, está todo bien, somos muy amigos, pero mientras vos vengas a casa. Si yo tengo que ir a la tuya no, porque es muy lejos.

Barandiaran y la gente de Bilbao, con el roble que plantó por la memoria de los rugbiers de La Plata desaparecidos.

– ¿Alguna vez le pasó eso?

– A nosotros en Valladolid sí (Barandiaran dirigió al VRAC de esa ciudad española), y en Bilbao no tanto, pero se daba que los equipos de Valladolid viajaban a Madrid pero los de la Capital no lo hacían. Decían que no. Entonces decís: los valores los practican y predican los jugadores, es cierto. Muchos dirigentes y entrenadores igual. Pero también existen tarados como en cualquier otro deporte del mundo. 

¿El rugby es un deporte violento jugado por caballeros o ése es un mito desmentido por la violencia de sus protagonistas afuera de la cancha?

– Parece que es un contrasentido cuando se habla de valores y el deporte tiene a varios jugadores condenados por haber matado a Fernando Báez Sosa. Si quisiera ser un deporte violento por las reglas que tiene o sus formas de juego, sería mucho más violento, entre comillas, de lo que es. Para mí es un deporte fuerte donde los jugadores no trasgreden esos valores del respeto y la solidaridad y ni que hablar del respeto al árbitro. Por suerte las reglas fueron modificándose para que el rugby no sea tan duro y avanzan siempre en función de la seguridad del jugador.

– El rugby también se extendió a sectores que antes no llegaba como las villas, las cárceles y hasta pueblos originarios como los Tobas en Formosa. ¿Es un cambio de paradigma en su composición social?

– Siempre el rugby es muy solidario a pesar de sus orígenes, que podríamos llamar un tanto elitistas. Solo con mencionar que en un equipo juegan el gordo, el flaco, el rápido, el lento, el petiso y el alto, porque hay lugar para todo el mundo, eso indica lo contenedor que es. Recuerdo siempre desde que yo era pibe, que nunca se le prohibía jugar a nadie si no podía pagar la cuota de socio, el tercer tiempo o el viaje.

– ¿Cómo era La Plata Rugby en su época de jugador?

– Yo empecé a jugar al rugby en el año 1964 y La Plata era un club de clase media, nada elitista, ni un club de gente muy adinerada. Había de todo. Mi viejo era un empleado de banco y mi madre no tenía trabajo. No éramos gente de plata. Pero siempre se le permitía jugar a todo el mundo. En ese sentido el rol de los clubes es maravilloso. Uno conoce mucho el caso de Virreyes y como Virreyes hay muchos otros. Gente que trabaja para que otra gente pueda estar mejor.

– ¿Qué piensa sobre la generación del ’70 que en su club tuvo una expresión muy clara de compromiso político-social y que dejó como saldo veinte jugadores desaparecidos por la dictadura?

– Yo creo que no es casualidad. Creo en las causalidades. Es un dato más que fehaciente. El 70 por ciento de los deportistas desaparecidos son de un deporte como el rugby que pregona tanto la solidaridad. Aquellos chicos necesitaban ver una sociedad más justa y la intentaron llevar adelante desde organizaciones con determinado compromiso y militancia.

– Hablemos de su trayectoria deportiva que tiene mucho de lo que no suele visibilizarse. La formación de jóvenes, el desarrollo del rugby.

– Como entrenador viví situaciones muy lindas, pero fundamentalmente los dos hitos importantes fueron el campeonato con La Plata de 1995 y la medalla de bronce en 2007 con Los Pumas en el Mundial de Francia. Únicos, irrepetibles, maravillosos. En la selección uno estaba entrenando a tipos que eran profesionales y los entrenadores no lo éramos. Mi foco estaba puesto en la enseñanza y cómo enseñar.

En la URBA trabajó 18 años. ¿Cuál es el balance de ese período tan largo como entrenador de entrenadores?

– El trabajo que hicimos en la URBA fue excelente. Queríamos tener mayor y mejor calidad de jugadores. Fue un equipo de gente que trabajó. Generamos un cambio de cultura muy importante con respecto a lo que es la enseñanza y el desarrolo del juego, el crecimiento y sostenibilidad de los clubes, y eso a mí me dejó muy orgulloso de lo que hicimos. Luego por distintos motivos lo fueron desmembrando. Todavía me duele no haber seguido en la URBA.

– Volvió al país después de nueve años en Europa, ¿qué está haciendo ahora en el rugby?

– Volví a las fuentes para hacer en el club exactamente lo mismo que en el año 92, que es asistir a los entrenadores, ayudarlos en su función de mejorar el juego y su desarrollo. Y ser parte de una estructura que ya está montada. El club La Plata tuvo una enorme amabilidad y se abrió a que pudiera volver a trabajar y dar una mano. 

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