Brescia, la víctima más reciente del fútbol italiano

Aunque en el fútbol argentino desde hace tiempo se plantea un debate (clubes sociales como indica nuestra tradición o clubes privados), la experiencia internacional demuestra que ninguno tiene la verdad excluyente y que en ambos modelos convivieron —y conviven— el suceso y la deblacle, en este caso por pésimos manejos deportivos o financieros.

Italia es uno de los países de mayor tradición en el fútbol —su selección conquistó cuatro veces la Copa del Mundo a lo largo del último siglo— y casi todos sus equipos de primera división son de propiedad privada. Esa misma liga, en la que surgieron tantas figuras o la que convocó tantas estrellas de otros países, sufrió graves escándalos como el de las puestas ilegales desde los años 80 o los que enviaron al descenso a potencias como Juventus y Milan.

Por estos días, las andanzas de otro turbio personaje llamado Massimo Cellino condenó a otro equipo, el Brescia, directamente a su desaparición. No es novedad: distintos equipos, símbolo de ciudades como Parma, Catania, Verona o la Fiorentina ya padecieron lo mismo.

Cellino tomó las riendas del Brescia en 2017, pero hizo un desastre. El fisco italiano le reclama el pago de deudas por 4 a 6 millones de euros. A la vez, su deuda con la Federación Italiana de Fútbol era de 3 millones, incluyendo allí la falta de pagos a jugadores, empleados y proveedores. El equipo de fútbol ya había bajado a la serie B a fines de la década anterior y, ante los sucesivos defaults, fue descendido por decreto a la C. El 7 de junio, se anunció la desaparición del club.

No alcanzaron las protestas masivas en la Piazza della Loggia, en el centro de Brescia, la segunda ciudad más relevante de la Lombardía, detrás de Milán. Un tema es la pasión de los hinchas pero otro, distinto, las andanzas de este tipo de “empresarios”. En todo caso, se conocían los antecedentes de Cellino, quien ya había incursionado en el futbol al frente del Cagliari —también de la Liga italiana— y especialmente del Leeds de Inglaterra, donde reside. Allí, la conducción de la Premier le suspendió su licencia de propietario después de acumular deudas y por su desorganización deportiva: llegó a cambiar siete veces de entrenador en una misma temporada.

Después de comprar el 100% de las acciones del Leeds, las revendió y se marchó en 2017, para dirigir entonces sus intereses a Brescia. Su declaración de despedida a los aficionados fue, probablemente, la más sincera: “Si pueden sobrevivir trabajando conmigo, pueden sobrevivir a cualquier cosa”.

Ahora Cellino hizo cerrar el estadio Mario Rigamonti del Brescia y despidió a todos los empleados. “114 años de historia han sido pisoteados, pero Brescia no es Cellino. El Brescia somos nosotros y nunca morirá”, afirmó el capitán del equipo Dimitri Bisoli. “Massimo Cellino mató deliberadamente al Brescia. Decidió no inscribirlo, y punto”, sentenció el diario La Gazzetta dello Sport.

Cellino, en su defensa, sostuvo que buscó “desesperadamente” inversionistas para pagar los 3 millones de euros que necesitaba el club y cubrir la deuda con la Federación. No los encontró.

El Brescia se fundó en 1911, pero solamente militó durante veintitrés años en la serie principal de la liga del fútbol italiano. Su mejor campaña fue el octavo puesto de 2000/2001, que coincidió con la presencia de dos leyendas: Roberto Baggio —quien jugó allí un centenar de partidos, hasta su retiro en 2004— y el entonces joven talento Andrea Pirlo. En el Brescia también jugaron figuras como el rumano Gheorge Hagi, Luca Toni y nuestros Matías Almeyda y Rodrigo Palacio. Otros nombres relevantes: Pep Guardiola, en su etapa de jugador, y Mario Balotelli. También con Baggio el Brescia llegó a su única final europea (la Toto/UEFA, que perdió ante el PSG).

Tradicionalmente, los clubes de fútbol en Italia eran propiedad de grandes familias. Algunos aún se mantienen de esa forma, pero otros quedaron bajo el comando de fondos de inversión de Estados Unidos y China. A diferencia de otras ligas —Gran Bretaña, Francia o España— no se registran allí movimientos de los “nuevos ricos” (árabes, rusos). Todavía los Agnelli controlan la Juventus, en Turín, y los polémicos Lotito, la Lazio en la capital. En cambio, el Inter de Milán —por décadas bajo la propiedad del imperio energético de los Moratti— pertenece hoy a un fondo de inversiones de Estados Unidos, Oaktree Capital.

Bajo la presidencia de Massimo Moratti en 2010, los goles del argentino Diego Milito le devolvieron al Inter su título de la Champions, tal como su abuelo la había disfrutado casi medio siglo antes en las finales contra Independiente. Pero Massimo Moratti vendió el Inter en 2016 un grupo chino (Suning) y este, luego, al Oaktree.

Con un valor de mercado de 620 millones de euros según el sitio Transfermark, el Inter es el 13° de dicho ranking en escala mundial, mientras que el valor de otros grandes de Italia también supera los 500 millones (Milan con 533, Napoli 513, Juventus cerca con 490). El Milan fue durante tres décadas la “joya” del imperio Berlusconi, que también supo disfrutar de sus épocas de gloria futbolística, pero luego también se lo quedaron los fondos de inversión extranjeros. Entre los italianos que mantienen manejos del fútbol se encuentra la compañía de medios y entretenimientos De Laurentis, que viene de un manejo exitoso en el Napoli, campeón hace un par de temporadas.

Ni de cerca el Brescia pudo acercarse a aquellos números. Y los resultados en los campos de fútbol eran una consecuencia. “Las Rondinelli ya no vuelan más”, tituló otro de los diarios en Brescia. Aludían a las golondrinas, las aves que simbolizaban el equipo.

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